MARZO 2010


Agatha Christie sugería que para descubrir (en sus novelas) al asesino  había que averiguar quién se beneficiaba con la muerte del asesinado.
Fácil es deducir siguiendo este axioma quiénes son los responsables de que cada vez más la rebeldía, insatisfacción y voluntad de cambio de los jóvenes se canalice a través del consumo.
Todos sabemos de qué: de lo que pega, de lo que sacude, desinhibe y transgrede, sin esperar más.
Los traficantes de “chalecos químicos” se defienden: “les vendemos lo que ellos buscan y necesitan, así que no hay engaño”.
“Si los chicos se quieren intoxicar es porque sus padres no los contienen. Y eso no es culpa nuestra, y mucho menos nuestra responsabilidad”.
No sé si el lector coincidirá conmigo en que son razonamientos muy perversos.
¿Se acuerda la época en que un chico del barrio rompía un vidrio jugando a la pelota y algún vecino lo acompañaba a su casa para que se hiciera cargo ante sus padres?
¡Qué distintas épocas!
Hoy un vecino es el que vende alcohol en el boliche del barrio a menores, porque sino “se van a tomarlo a otro lado”.
El “policía de la cuadra” que siempre estaba para defendernos… hoy (no todos) hace la vista gorda para que se le venda droga a nuestros pibes en su propio barrio, a cambio de unos pocos y sucios pesos.
¿Se acuerda cuando comprábamos los “vaqueros” nuevos y los gastábamos en el cordón de la vereda? Hoy te los venden gastados más caros y tenerlos no es precisamente sinónimo de rebeldía.
Pensará usted a lo mejor que quien esto escribe desvaría un poco, producto tal vez de las altas temperaturas. Pero es aquí donde pretendo que usted entienda que de ninguna manera el descontrol tiene necesariamente que ser sinónimo de rebeldía.
Un pibe desafiando la autoridad policial (provocando incluso a los uniformados) porque se tomó 3 cervezas.
Un adulto permitiendo que sus hijos adolescentes organicen una orgía en su casa para no contradecirlos, porque tal vez la media botella de vodka con speed que tiene encima, no se lo permite.
Una piba de 15 que queda embarazada de un extraño que le abrió la puerta de su auto a la salida del boliche, no pudiendo (la nena) recordar ni cómo ni donde ni con quién, por estar bajo los efectos de la “jarra loca”.
Entendemos que sería un absurdo pedirle a un comerciante que no le venda alcohol a nuestros menores después que se les exacerba el deseo de hacerlo desde todos los medios. No se puede esperar (hace 40 años sí pasaba) que surja del bolichero el control. Para eso está el Estado. Y en este tema –si realmente nos interesa el nuestro futuro- no puede haber demoras burocráticas y mucho menos complicidades criminales.
Por parte de los adultos una mirada más responsable ante el resto de la sociedad (en definitiva el descontrol de sus hijos nos perjudica a todos).
Y para mi gusto un cambio de postura: “si querés diferenciarte de la manada, no te pongas en pedo, no te hace falta el alcohol ni las pastillas para ser ALGUIEN. Y si vas a tomar que sea para disfrutarlo realmente.
Necesito dejar en claro que si bien no podemos esperar que los que le venden alcohol a nuestros menores se autocontrolen, esto no quita que tengamos en claro la clase de calaña a la que pertenecen. Y de eso no se vuelve.

Daniel Jorge Galst